Este impactante y fascinante Juego de la vida infinitamente recursivo del artista visual y programador Saharan es una especie de nueva dimensión del tradicional, porque explora una recursividad infinita en la que cada celda/píxel de la imagen es a su vez un elaborado patrón conformado por el mismo juego de la vida a menor escala, sin trampas ni truquis raros. Basta ir haciendo zoom con el ratón para flipar en colores, porque la sensación –si estás acostumbrado a este juego, su mecánica y complejidad– es rarísima.

Y es que conseguir la estabilidad en el Juego de la vida no es imposible, pero sí altamente difícil si se pretende algo interesante: las celdas tienden a crecer y desparramarse sin fin o a menguar, estabilizarse y morir rápidamente, pero normalmente no producen nada parecido a píxeles, líneas rectas bien definidas ni nada parecido de cierto tamaño.

Aquí el artista utiliza diversas técnicas y formaciones bien conocidas del Juego de la vida para crear un espacio (celdas) en el que patrones bien definidos resultan ser líneas verticales y horizontales que, a cierta escala, pueden colorearse genuinamente como blanco/negro, esto es, encendidas/apagadas (vivas/muertas). Esos mismos patrones permiten colorear las celdas completas (que equivalen a celdas encendidas/vivas) o dejarlas en negro. Entonces entran en juego las reglas del Juego de la vida, pero en todos los niveles a la vez, de modo que que con cada tic del reloj se encienden o apagan las celdas una por una según las que haya a su alrededor. Una auténtica maravilla.

Para «perseguir» las diversas zonas que conforman el entramado basta con fijarse en un mismo punto, por ejemplo lo que sucede en la esquina inferior izquierda de los píxeles encendidos. Justo debajo hay tres osciladores (así se llama a los «seres» que repiten el patrón cada pocos tics) y, eligiendo uno de ellos, profundizar en cómo son sus píxeles encendidos. Luego basta volver a buscar la misma zona para descubrir que resultan ser exactamente iguales que la configuración del nivel superior. Recursividad infinita.

Además del zoom, que naturalmente funciona en dos direcciones, también puede moverse la barra para ralentizar o acelerar los tics del reloj universal, entre ×0,0001 y ×65536. Esto permite entender mejor cuáles son las reglas, que son las más sencillas posibles para generar tanta complejidad aparente.

Y es que una de las maravillosas curiosidades de esta creación es que la velocidad del paso del tiempo varía con el zoom: al fin y al cabo para formar las estructuras más grandes hay que realizar muchos cambios y «operaciones» en las de nivel inferior, pues están compuestas por muchas celdas/píxeles más pequeñas. Así que si vas ampliando con el zoom muy poco a poco verás cómo también a medida que profundizas el tiempo se ralentiza para lo que queda atrás (más grande) mientras que lo más pequeño se nota más «acelerado»… hasta que vuelvas a estar a cierta profundidad, claro, donde todo vuelve a ralentizarse, y repetirse, recursivamente, en un bucle sin fin.

(¡Gracias infinitas y recursivas por el enlace, @Pantulis!)

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