El último hombre. Por Mary W. Shelley. Traducción de Lucía Márquez de la Plata. Ediciones Akal, S.A. (13 de julio de 2020). 467 páginas.

Mary W. Shelley es mundialmente famosa por Frankenstein o el moderno Prometeo, que generalmente se le considera la primera novela moderna de ciencia ficción. Pero también es autora de El último hombre, la que probablemente es la segunda. Y ambas son precursoras de temas recurrentes en el género.

Así que empecé a leer con muchas ganas El último hombre. Pero he decir que esperaba más de ella. Mucho más. Porque si bien parte de una premisa muy original para su tiempo me parece que le falta mucha imaginación en la ejecución. Y que le sobra un mucho de culebrón victoriano¹. Además de la mitad de las páginas o así.

La novela cuenta las memorias de Lionel Verney, el último hombre con vida sobre la Tierra. Verney nace en una familia bien de la sociedad británica. Pero pronto, debido a la ludopatía de su padre, y en un giro del guión que Charles Dickens sin duda aprobaría, tanto él como su hermana y su madre se ven abocados a la más abyecta miseria.

Todo el primer volumen de los tres que componen la novela y el principio del segundo están dedicados al culebrón victoriano mediante el que Lionel acaba recuperando su puesto en la sociedad.

Y la verdad es que toda esta historia me sobra bastante. O al menos su extensión. Por mucho que se pueda entender como una crítica a la sociedad británica en la que vivía la autora y una reflexión sobre lo que es la soledad. Y es que hasta que llevas el 40 % del libro –cosas de leer en el Kindle– no aparece la palabra plaga. Y no es hasta casi el 50 % cuando por fin empieza a coger el protagonismo que le corresponde.

Otro problema, además, es que tuve que estar todo el rato recordándome a mí mismo que la acción de la novela transcurre a finales del siglo XXI y no en el XIX. La plaga a la que hace referencia, de hecho, aparece en 2091. Y aquí viene lo de la falta de imaginación en el desarrollo de la idea que da cuerpo a la novela.

No sólo la sociedad británica de finales del siglo XXI que describe es clavada a la de principios del XIX, es que además el medio de transporte terrestre más popular… ¡Siguen siendo los caballos o los carruajes de caballos! En el mar, los barcos más modernos son barcos a vapor y velas. Y en el aire, globos aerostáticos. Es como si la ciencia y la tecnología no hubieran avanzado nada en casi tres siglos.

Pero es que además la música que se escucha es de autores que Mary Shelley conocía cuyo nombre creo que no hacía falta incluir; bastaba con decir que se escuchaba una sinfonía o un requiem o lo que fuera pero sin nombrar a un autor de hace casi tres siglos en el momento en el que transcurre la novela.

Eso sí, ahora que nosotros hemos pasado por nuestra propia pandemia he de decir que las reacciones que Mary Shelly describe en el texto son inquietantemente prescientes. Todas ellas las hemos vivido.

En fin, que esperaba bastante más de esta novela, que creo que sólo he terminado porque soy bastante reacio a dejar libros.

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¹ Sí, ya sé que la reina Victoria no empezó a reinar hasta 1837. Pero por lo que sea lo de un culebrón guillermiano no tiene el mismo empaque 😉

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